TXT Consuelo Goeppinger
La moda de los pop-up –esos restaurantes que aparecen y desaparecen en un tiempo determinado– no es algo nuevo. Ya llevan al menos cinco años calentando sus fogones itinerantes en Europa y Estados Unidos y, cómo no, también en Latinoamérica. De hecho, en este momento funciona en nuestro país La Jardín, un restaurante pop-up ubicado en pleno barrio Italia y, justo por estos días, una viña se ha sumado a esta tendencia. Se trata de las mesas pop-up de Viña Morandé, que hacen su aparición los miércoles y sábados de noviembre y diciembre. ¿La diferencia con otros proyectos similares? No se trata de un modelo plural, sino tan sólo de una mesa que, además de ser atendida personalmente por el sommelier y el chef de la viña, puede instalarse en cualquier lugar de la bodega de Casablanca: en medio del viñedo, bajo la sombra de un árbol e, incluso, en la sala de barricas. La gracia, además de la ubicación, es que puedes disfrutar de un menú de seis tiempos absolutamente personalizado, elaborado a la medida del comensal, y acompañado con los vinos del grupo Belén –como el fresco espumante Brut Naturé de Morandé, el novedoso Mancura Leyenda Gran Reserva con su jugosa mezcla de syrah, cabernet franc y merlot, o el potente House of Morandé–. Una excelente alternativa que cuesta 50.000 pesos por persona y que, por desgracia, ya tiene sus días contados: las desventajas de la filosofía pop-up cuando aparecen buenas ideas.